Gabriela Clara Pignataro

Gabriela Clara Pignataro presenta «Tundra» en Séptimo Barman

La escritora Gabriela Clara Pignataro pasó por Séptimo Barman (sábados 20 a 22 horas) y presentó su libro «Tundra» editado por Años Luz Editora.

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Gabriela Clara Pignataro Gabriela Clara Pignataro

Reseñas Caprichosas – “Tundra” de Gabriela Clara Pignataro: toda disconformidad es poética

El poemario Tundra (Añosluz, 2018) de Gabriela Clara Pignataro es un grito en tiempos de cólera, una apuesta a la extensión en la época de la brevedad y un manifiesto poético en relación a la política cuando el marketing gana cada vez más terreno. En un equilibro entre el compromiso inevitable y el desapego necesario, surge una voz tan propia como generosa y empática para demostrar que la belleza se encuentra aún en los escenarios más adversos, casi siempre creados por el propio ser humano.

Gabriela Clara Pignataro por ella misma:

Nací en el 85’, una noche calurosa de Octubre, en un sanatorio con nombre de continente helado. De ojos orientales y sangre italiana, pasé mi infancia en las horas lentas de un barrio de casa bajas y calles empedradas.

La casa dónde crecí fué construida por mi padre y mi abuelo, así como los vestidos que llevaba y ensuciaba al trepar rampas eran cosidos por mi madre. Algo de esa insistencia obrera, analógica, manual, persiste a la hora de tocar las cosas. De abstraer imágenes del mundo.

Durante el día, la casa se ofrecía vacía, sólo la voz de mi mamá canturreando entre los geranios y hortensias; la tarde se me abría como un mapa sin nombres que en el vacío de la siesta llenaba con personajes y nombres que a veces asumía propios. Hablaba en voz alta, cambiaba de silla, me respondía

A los seis años me regalaron un diario íntimo, un enero de temperaturas desatadas y horas de chicle. En casa no teníamos pileta, ni jardín y para ir a la plaza había que esperar a que bajara el sol. Motivada por las películas de detectives y sucesos sobrenaturales, comencé a registrar cada data en el diario.

A veces un exquisito detalle de las frutas de estación, otras una poesía a una flor muerta.

El verano pasó y no dejé de escribir en las páginas lavanda los acontecimientos. Castigada por hablar en clase, intrigas y ardides del amor, notas al pie sobre las peleas de los vecinos.

El cuaderno era siempre un lugar al que volver, donde establecía un diálogo cerrado conmigo misma, un espejo astillado y lleno de manchas.

Los años que siguieron se fueron poblando de libros. No me gustaban los deportes ni actividades de mucha exposición, prefería el corte de lo silencio, la fabulación interior.

Me disfrazaba, ponía discos, me grababa en un pasacasette que mantenía el record con una cinta. Hacía compilados, inventaba entrevistas.

La llegada de Internet a fines de los 90’, entró conmigo a la adolescencia. La entelequia dial-up, el buceo en bytes entre fondos de pantalla de los Ramones y de la URSS. Horas traduciendo al élfico frases para mantener en secreto, días para descargar imágenes de Odisea en el espacio.

Percibí de mi padre una fascinación por la ciencia ficción y el jazz, de mi madre una curiosidad cruda por las cosas vivas: una iguana, un perro, un huevo de tortuga roto. Objetos del misterio común.

Robaba los discos de mis hermanos, para pasarlos a cinta y escucharlos en mi walkman, mientras me encerraba en el cuarto del fondo a escribir.

La poesía apareció como una lanza, un experimento doloroso con el pasado, la muerte cercana. Una lanza de lado a lado, encendiendo la sangre también. Una pregunta sin respuesta a otras preguntas. Sólo imágenes de posibilidad.

Con un hurto superior, la cámara analógica Yashica de mi padre, comenzó una obsesión con el tiempo y la luz.

Esos recorridos no académicos, fueron paisajes decisivos del deseo y la pasión futura: el vacío, la incerteza, el lenguaje, la post-imagen. Luego vino el vagabundeo por talleres, aulas, teatros. La aparición del cuerpo como un dispositivo, el efecto que da la falla hermosa de la creación.

Idas y venidas, volví a la Carrera de Artes para trenzarme en una tensión de amor-odio con la academia, en un enriedo total con el cine y el teatro. Luego la emergencia por lo educativo y los puentes posibles para abrir mundos a través de lo artístico y el pensamiento.

Vivo al borde de mi sombra, con un dejo de melancolía absurda por cosas que no recuerdo. Con muchas más preguntas que respuestas, y más intentos que horas de sueño.

Cómo estallar una roca, pulverizar el estigma de algunas formas, entrar en aquello que no se parte y es una respuesta. Como una extranjera a través del desierto, con círculos blancos en la frente; artefacto-extranjera, intentando quedar de frente a la tormenta antes que todo suceda.

El momento de la perfecta y pura posibilidad, algo sin muerte, y que después todo estalle el sinsentido de la lógica.

 

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